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domingo, 14 de junio de 2015

Casa desvencijada

Viajo al pueblo de Toledo de cuyo nombre no quiero acordarme. Una estancia de dos días que se me hacen demasiado largos en esta casa devencijada que se cae a cachos, habitada por fantasmas y una anciana que es mi madre.




La cal se ha caído a desconchones. El patio está cubierto de maleza. Sus vigas ceden por momentos y los marcos de las puertas están comidos por las termitas. Ese es el hogar de mi madre de 88 años.

Desde que murió mi padre, la casa está abandonada a su suerte. Como si no existiese nadie más en la familia. Como si mis padres no hubieran tenido otro hijo aparte de mi que vive a diez km. Alguien demasiado ocupado para ocuparse de la casa de su madre, a pesar de dedicarse a la construcción.

Cada vez que visito a mi madre, se me parte el corazón. No sé qué hacer con ella. No tengo ayuda. No puedo traerla conmigo. En la Comunidad de Castilla La Mancha no le conceden residencia pública después de diez años solicitándola. La casa de dos plantas de mi hermano con desván y patio me imagino que es demasiado pequeña para tenerla (¿?).

El caso es que después de cada visita la imagen de esa casa desvencijada y la de mi madre decrépita se quedan grabadas a fuego en mis ojos, y el sentimiento de culpa y de impotencia se quedan perforados en mi corazón.

Hasta la próxima visita en que todo estará más desvencijado y decrépito, si es que existe...